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sábado, 18 de julio de 2009

Esta normalidad que mata

Oscar Taffetani
Argenpress/APE


Aquella crisis financiera que hasta hace muy poco amenazaba con cargarse el planeta, se ha vuelto manejable. Enormes despojos al soberano (léase pueblo) se consumaron a la luz del día con el único propósito de salvar a un puñado de empresas y cumplir con el viejo hábito capitalista de privatizar las ganancias y socializar las pérdidas.
El Plomo Fundido descargado sobre el pueblo de Gaza en enero de este año, ya ha comenzado a enfriarse. Los soldados israelíes que participaron de la masacre reconocen, en reportajes públicos, los crímenes cometidos. A la vez, los niños palestinos sobrevivientes a los bombardeos, convertidos en nuevos militantes de Hamas, intentan ganar un lugar en las noticias para mostrar que el horror no ha terminado y que la llamada crisis humanitaria no es otra cosa que la continuación -violatoria e inhumana- de la guerra por otros medios.
Un tercer ejemplo de esta (horrorosa) normalidad que padecemos, es la pandemia de la gripe A. Los mensajes apocalípticos lanzados desde respetables instituciones como la OMS surtieron efecto y un par de grandes laboratorios consiguieron vender al mundo millones de tratamientos de tamiflú y acumular pedidos para el lustro que viene.
Mientras tanto, a paso redoblado, científicos obedientes desarrollaron la patente -perdón, la vacuna- contra la gripe A, que empezará a comercializarse a partir de agosto. Eso sí, como adelantó la doctora Margaret Chan, directora de la Organización Mundial de la Salud, “los países pobres tendrán dificultad para obtener estas vacunas, debido a que la capacidad de producción mundial es limitada”.
Lo que muestran. Y lo que ocultan
En la Argentina, tras descubrirse las mentiras oficiales sobre la gripe porcina, el pueblo fue ganado por un sentimiento ambiguo, que oscila entre el escepticismo y el miedo.
Uno tiende a descreer, por hábito, del funcionario que pregona buenas noticias. Pero la manipulación de la información que se ha visto en los últimos tiempos ha logrado que ya ni siquiera las malas noticias, en boca de funcionarios argentinos, sean creíbles.
No obstante, para que tanto descrédito y tanta desinformación no conspiren contra el marketing de la enfermedad, allí tenemos los muertos: “La Argentina pasó a ser el segundo país con más muertes por la pandemia de la gripe A H1N1, después de Estados Unidos y por delante de México. El registro oficial del Ministerio de Salud de la Nación alcanzó ayer los 137 fallecidos. Pero los informes provinciales de ayer indican que el número de muertes en realidad ya llegó a 145...” (Clarín, 15/7/09).
El súbito crecimiento de los muertos por gripe A (que no es tal, ya que sólo se trató de un blanqueo informativo) se ajusta a la presunción que había hecho la organización Médicos del Mundo dos días antes: “Según definió el ministro de Salud, hubo por lo menos 100 mil casos de gripe porcina. Si tenemos ese número, es imposible tener solamente 94 muertos, porque implicaría que la tasa de letalidad se encuentra por debajo de la media internacional” (Gonzalo Basile a Crítica, 13/7/09).
Así, la discusión se extravía en un cotejo de muertos más o muertos menos que va alimentando el pánico y las fantasías colectivas y que oculta la verdadera enfermedad social de nuestra patria, que es la pobreza. Sí, la pobreza, con su implacable cuota de niños muertos por hambre, por enfermedades infecciosas y por enfermedades respiratorias.
La gripe estacional provocó el año pasado, en nuestro país, 3.200 muertes. La bronquiolitis infantil (más de 260 mil casos) y la neumonía infantil (más de 200 mil casos) aumentaron en 2008 un 28 por ciento.
¿Por qué no hubo emergencia sanitaria el año pasado -nos preguntamos- cuando aún no existía la gripe A, aunque sí el dengue, el Chagas y la tuberculosis? ¿Acaso fue porque los que morían eran los de siempre, los muy pobres, esos chiquitos escuálidos y silenciosos que ya no tienen fuerzas ni para subirse a una estadística?
Reencuentro con la verdad
“El sistema de salud -dijo el médico Gonzalo Basile en la entrevista con Crítica que ya citamos- está colapsado y hay que declarar la emergencia sanitaria por lo que ocurre también con el dengue, la tuberculosis y la desnutrición infantil. No escuché a nadie que dijera que en esta etapa invernal tendríamos que haber mejorado la alimentación y el soporte nutricional de los sectores más vulnerables, así como idear una política de abrigo que proteja sus viviendas precarias del frío”.
De eso se trata: de declarar la emergencia alimentaria aquí, en la Argentina, en un país que se jacta de ser exportador de alimentos.
Sería una paradoja más, entre tantas a las que estamos acostumbrados. Pero una paradoja estimulante. Un reencuentro con la verdad.

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